Argel, caminando por los bordes
Comienzo a escribir este nuevo envío en Argel. Desde que supe a ciencia cierta que venía, no pude evitar pensar en El Extranjero, de Albert Camus. Recordé la imagen que siempre me viene a la cabeza cuando se me aparece este libro. Ese personaje caminando por la playa en Argelia y todo lo que podía estar pasando por su cabeza.
Argel también me hace pensar en Los Centuriones, el libro de Jean Lartéguy. Lo leí muy joven, en la época en que andaba buscando todo lo que fuera aventura, épica, amor despiadado o idolatría. En este caso es una novela que habla de la guerra de liberación de Argelia, desde la perspectiva de los infames comandos franceses, los boinas rojas. Mis héroes de aquellos tiempos.
Entro al hotel tarde, en la noche. De inmediato me llega un olor profundo, ácido, invasivo. Al día siguiente también, en toda parte está. Es un olor limítrofe, al borde. De un lado la sensación agradable, acariciante para el olfato, y el golpe que aturde un poco y abre a la fuerza la nariz. A veces pienso que huele a sándalo, pero no es. En mi experiencia en el Magreb, en la nostálgica región del mediterráneo africano, este olor ha estado siempre. Es como el azahar, la flor de naranjo, otro aroma que se encuentra en la comida, en el ambiente, en el recuerdo del norte de África.
He llegado a Argel de forma un poco intempestiva, fuera de programa y de cualquier expectativa. Después de mucho tiempo vuelvo a África y a un país nuevo. La cuenta que llevo en una aplicación dice: país número 73.
La ciudad me impresionó con sus colinas suaves superpobladas de casas, edificios, parques repletos de árboles y palmeras llenas de dátiles. Aprendí que esta maravillosa fruta del desierto tiene una forma de comerse. No se debe tomar en números pares. Podés comer, 3 o 5 o 9, pero nunca 2 o 6. “El profeta nos enseñó -me dijeron varias personas- que la forma de hacerlo es en cantidades impares. El profeta nos dejó mucha enseñanza de cómo vivir, de cómo integrar la naturaleza y las bendiciones del buen dios con la vida cotidiana”. Una persona podría vivir mucho tiempo solo comiendo dátiles, pero de esta forma.
Conversaba con una colega de trabajo que me contó parte de su historia, cargada de nostalgia y sortilegios. Viene de la región de Kabili, en el oeste argelino, una zona muy diferente al general del país, puesto que se encuentra en una meseta, dentro de la cadena montañosa que va paralela al litoral. El 80% de Argelia está en el Sahara. No en el desierto, en el Sahara, me dijo. “Para nosotros no es lo mismo”. En el aire quedó flotando la expresión y renuncié a una pregunta básica, del tipo: ¿cuál es la diferencia? porque claramente se trataba de una dimensión diferente de las cosas, de la aproximación al territorio, más allá de la ciencia aplanadora y mucho más en la vida, en la historia que lleva en la piel y el recuerdo transferido por generaciones.
“En una casa de adobe, con el piso de tierra, mi mamá limpiaba con una esencia dulce de flores. El suelo de tierra tenía siempre pegado esa fragancia, ese pedazo de familia y añoranza. Subía a los árboles de higo. El figuier es un árbol muy importante en nuestra vida. En Argelia hay muchas frutas, pero el higo y los dátiles son parte de nuestra historia”.
La narración sobre un poblado pequeño, humilde, donde el agua corre desde las montañas y sale a una fuente común para todas las personas, me lleva a través de mis propios recuerdos y a los incorporados a través de las historias, los libros o el cine. Imaginé el poblado, el río que baja hacia la planicie polvorienta para llegar después al Mediterráneo a la larguísima costa argelina.
¿Cuánto de lo que vive una persona que viste distinto, que habla diferente y que se encuentra subida en los hombros de una historia particular, local, única, al final es parecido, casi igual a lo que alguien puede vivir en las antípodas, al otro lado del mundo y de las circunstancias? Esa dualidad, en la que podemos observar con admiración algo que a la vuelta de las cosas termina teniendo rasgos comunes compartidos, es una maravilla.
Caminando los recuerdos no vividos
Subí hasta la parte alta de la Kasba y la caminé. Despacio, por sus recovecos, calles pequeñas y puertas desvencijadas, antiguas, que parecen ocultar adrede una vida cotidiana donde colisionan y se amalgaman los pasados.
Hay un murmullo que se puede escuchar, como si las viejas glorias circularan aún por esa área urbana y estuvieran gritando para que no se las olvide. Puede ser la Kasba de Argel, como pueden ser esos espacios que se quedaron viejos y casi olvidados en las ciudades nuestras. Algunos están ahí, compartiendo el espacio, agazapados u ocultos adrede por la modernidad que tanta vida oculta, que tanta historia aplasta para que nadie se espante con su terca vocación de realidad.
Ahí sentí la imagen vieja que yo tenía de Argel, la lucha calle a calle, casa a casa, que terminó justo un año antes de que yo naciera. La victoria sobre la ocupación colonial se celebra todavía en la piel de la ciudad, se observa en grafitis y arte callejero, domina poderosamente con la fuerza del monumento, la bahía de Argel y el puerto viejo. “Siempre estaremos con los países que sufren, con los que se sacuden el dominio”, escuché varias veces. La tragedia de Palestina se siente en la piel de la gente.
Encuentros, saberes, memorias
En los pocos días que estuve en Argel escuché mucho, dialogué, me logré asomar un breve instante en una sociedad que es muchas.
Hacia el sur del Sahara hay una región pequeña, muy pequeña, que casi no se puede ver en el mapa. Ahí no hay arena ni dunas, sino árboles, agua y flores, como un pequeño paraíso.
Las estructuras sociales, sobre todo en el papel de las mujeres en la producción y la vida social, son muy diferentes. En algunas regiones, su interacción en la vida social es más abierta. “Te pueden saludar” me dijeron.
En la ciudad de Argel los autobuses tienen letreros en francés, en árabe y en bereber. Lo he visto también en Marruecos. Tengo una amiga muy querida cuyo idioma materno es esta lengua heroica que resiste la globalización y la presión unificadora de la historia actual.
Alguien me contó: “El profeta no sabía leer, ni escribir, hasta que el ángel Miguel se apareció y le dio la más hermosa de las órdenes que un ser divino puede dar: Lee, le dijo”.
APARICIONES
Meursault, la contra-investigación
En la novela de Albert Camus, una persona es asesinada. La novela circula alrededor de Meursault, el protagonista de un drama existencial inquietante, portador de una soledad que no se puede transgredir. De la persona muerta no hay casi mención, solamente “el árabe”. En esta novela de Kamel Daoud, “el árabe” tiene vida, historia, nombre, relaciones. El árabe es.
Otages (Rehenes) de Nina Bourari
En las librerías de Argel encontré mucha literatura feminista. Esta en particular, de Nina Bouraoui, no solo permite recorrer de cerca la vida de una mujer, lo que está determinado por razones de género, de política y fatalidad, sino que también cuestiona desde lo más íntimo los conceptos de libertad, la razón de la individualidad.
Termino este envío en un avión, en la mitad del Atlántico, con la nostalgia batiendo.
¡Hasta el próximo!