A mí me gusta hablar de Haití. Del territorio de colores, de sus colinas y planicies aluviales rodeadas por el mar, pobladas de una cultura vital, llena de enigmas para quien viene de lejos. Que descubrís poco a poco, con una mezcla de asombro y familiaridad.
Conocer una cultura diferente puede ser un simple mirar a través de la ventana de un carro, de un avión o de una oficina. O puede ser abrir las puertas batientes de nuestra propia vida para que entre y salga lo que uno es, lo que trae consigo y lo que viene de allá, lo que nos dan, lo que se manifiesta. Sí, de allá. Porque así es como todo comienza, con la lejanía de quienes se cruzan, aunque estén frente a frente. Cuando uno se encuentra con alguien de otro pueblo, de otro país, de otros andares y navegares, siempre, aunque sea por un instante, hay una especie de barrera que puede ser delgada como la piel del agua o gruesa como el muro de los prejuicios.
Pati pas di ou rivé pou ça
Partir ne veut pas dire que tu est arrivé
Partir no quiere decir que has llegado
Encontrarse en Haití es visitar el color, navegarlo, vivirlo en la piel. Parecen colores arrancados de una paleta que no ha sido usada nunca, primigenia o primitiva. Haití es un territorio de luces, olores y pasión sensorial. Caminando por las calles haitianas se puede sentir y vivir ese asalto cromático, en nuestras pieles, en el rojo del carbón encendido que calienta una marmita, en la blancura calcárea que bordea el mar, en la ruta a Gonaïves, en las pinturas que se agolpan en las calles, donde se repite una y otra vez un arte que pareciera ser colectivo.
Haití es un territorio enigmático, para uno que llega cargado de sus figuras hechas, de sus formas, incluso de sus deseos un poco ingenuos de socializar sin prejuicios.
Por la ventana del Hotel Oloffson se escuchan batir tambores en un jueves de madrugada de 1999. Los balcones donde Graham Greene escribió Los Comediantes, donde tanta intelectualidad pasó días de inspiración y magia, se llenan de una secuencia desesperada de percusión y cuerdas y voces y pieles que retumban y brillan. Sonrisas en los rostros oscuros vestidos de blanco o de miles de colores que serpentean con el ritmo de la gente que se juntó ahí para estar en una concierto donde se mezcla el ritmo ancestral y las ceremonias del vaudou. Se acabaron las lejanías y por un momento la gente se mira, sonríe y baila, rompiendo la distancia individual que nos separa, turistas, habitués, músicos y bailantes en torbellino.
Equilibre!
Desde que llegué a Haití por primera vez, en 1999, he mantenido y desarrollado amistades entrañables y enriquecedoras. Allá en los primeros años, me había hecho muy amigo del chofer de las Naciones Unidas que me apoyaba en mis misiones de trabajo por todo el país. Jacques Damba era un hombre más bien callado, pasábamos largas horas recorriendo las calles destruidas de aquel Haití que dejaba de ser la Perla de las Antillas y veía su infraestructura de paraíso caribeño deteriorarse. Jacques me hacía muchas preguntas y me dejaba hablar, asentía y muchas veces sonreía de una forma que podía ser de admiración o de burla. Con el tiempo empezó a hablarme de su familia y de su vida, y la amistad entre el haitiano y el tico se llenó de vida cotidiana, se acercaron las lejanías.
Un día Jacques Damba me dijo que quería un consejo. Monsieur Rolando, estoy pensando en un negocio. Quiero poner un tap tap (los hipercromáticos taxis de Haití). ¿Cómo, vas a renunciar a tu puesto en Naciones Unidas para manejar un tap tap? ¿Estás seguro? No, me respondió. Yo compro el carro y contrato un chofer. ¿Quiere verlo? Bueno, vamos. Subimos por las colinas de Petionville, por la “Rue de la Montagne Noire” La calle de la montaña negra y llegamos a un sitio donde tenían un taller mecánico. Una camioneta “pick-up” estaba afuera y estaban trabajando en ella. Mire, Monsieur Duran, le vamos a poner una extensión a la batea - una especie de grada adicional donde podría sentarse alguien, o ir de pie - y luego la vamos a pintar.
Ya de vuelta en el carro le respondí: Damba, mi papá tiene un taxi, y cada vez que hablo con él se queja de los choferes, que no le cuidan el carro, que chocaron, que no le dan la plata completa, etc. Sabés qué, para mí un negocio propio es para que uno mismo lo atienda. Damba me miró con la sonrisa aquella y cambiamos de tema.
Meses después volví a Puerto Príncipe y Jacques Damba me vino a buscar. Subíamos por la avenida Maïs Gaté y venía inusualmente callado. Damba, ¿qué pasó con el tap-tap? Esta vez la sonrisa cambió. Monsieur Duran, usted y su papá tenían razón. Se lo di al chofer y al segundo día lo chocó, porque andaba borracho. Lo perdí todo, me dijo en medio de risas. Y ahora, ¿más tranquilo? Bueno, no, la verdad es que puse otro negocio. Lo miré de soslayo, como diciendo ¡y ahora qué! Me puse una pequeña tienda de abarrotes, la trabaja mi esposa y mis hijos. Aprendí la lección M. Duran. Sabe qué nombre le puse: ¡Equilibre! Equilibrio, Jacques Damba, creo que hoy aprendimos los dos.
APARICIONES
Estos días de Haití en la memoria presente, he regresado a algunas lecturas recolectadas entre las orillas. Haití y Benin se encuentran en la sábana del mar que los sigue conectando.
El árbol fetiche, de Jean Pliya (Yaoundé, 2012):
El cuento de Jean Pliya aborda de una forma hermosa y terrible (¿redundante?), un instante en la relación con la naturaleza desde una visión mágica (árbol fetiche/árbol dios), en la cultura del antiguo Abomey, hoy Benin. Cruce de venganzas y destino, donde una cultura le cae encima a la otra y la obliga a romper las reglas antiguas; una selva transitada por termitas y follajes que, resistiendo, cae.
“Juste après le premier coude, à main gauche, il y avait un magnifique iroko… Le pied, invisible de loin, était entouré d’un fouillis d’arbrisseaux et des buissons d’où s’élançait un fût puissant en droit comme une colonne de cathédrale, couronné par un feuillage vert sombre. À la vue de cet arbre, on ressentait malgré soi une impression de vénération”.
“Justo después de la primera curva, a mano izquierda, había un magnífico iroko ... El pie, invisible desde lejos, estaba rodeado por un revoltijo de arbustos y matas de donde brotaba un tronco tan poderoso como la columna de una catedral, coronado por un follaje verde oscuro. Al ver este árbol, sentimos una impresión de veneración, a pesar de nosotros mismos”.
Dossou debe cortar el árbol sagrado, que parece rendido, y mira saltar las astillas rojas. Un desenlace que recuerda los deseos de justicia ambiental, por el Amazonas, por la tierra generosa que se impermeabiliza, por los tiburones y los pájaros.
Pays sans chapeau (Danny Laferrière)
El escritor haitiano Danny Laferrière publicó el libro “Pays sans chapeau” que literalmente significa “País sin sombrero”. Esta frase habla de la tierra de los muertos, porque la gente a la otra orilla no se lleva nada, ni siquiera su sombrero. De esta obra he tomado una serie de refranes en créole, del país soñado (pays revé) y el país real (pays réel)
Ou a mété toute moune débo; jou lan mo rivé, cé ou minm ka soti
Vous mettez tout le monde à la porte, mais le jour de la mort, ce sera à votre tour de sortir.
Ponés a todo el mundo en la puerta, pero el día de la muerte, será tu turno de salir.Ça manman ti chatte té di’l la, manman ti rate té di’l li anvant.
Ce que la mère du chaton lui a appris, la mère du raton le luis avait appris longtemps avant
Lo que la mamá le enseñó al gatito, la mamá del ratón ya lo había enseñado.Pito nous laide nous la
Mieux vaut être laid, mais vivant
Mejor feos pero vivosSèl couteau connin ça qui nan coeur gnanme.
Seul le couteau connaît le secret caché dans le cœur de l’igname.
Solo el cuchillo sabe lo que hay en el corazón del ñame
De terremotos y resiliencia
El 14 de agosto de 2021 hubo un terremoto de magnitud 7.2 con epicentro en el sur de Haití. Lo primero que uno piensa, quizás, es “de nuevo una catástrofe”. Los medios y las redes sociales inmediatamente explotaron, con una espiral de imágenes y mensajes que hacían notar de muchas formas esa situación recurrente y dolorosa.
No quiero repetir aquí lo que tanto se ha escrito ya sobre la condición social del riesgo y cómo este se constituye. Pero hay dos cosas que me gustaría señalar, quizás para abrir una diálogo, debate o discusión:
La población haitiana es resiliente, resiste, lucha, se levanta, y adelante en el camino siempre viene una sonrisa. Con esto no quiero reducir el dramático impacto del sufrimiento, sino resaltar que, à min avis, vi, no es una población postrada, sino con una gran capacidad para levantarse.
En el terremoto de 2010, cuando llegué y comencé a transitar la ciudad de Puerto Príncipe y de Pétionville, me admiró la capacidad de la gente para reponerse, para inventar. En los gigantescos campamentos que habían en los parques y en todos los posibles sitios con espacios abiertos, alguien cargado de batería de celulares, alguien armó entretelas y lonas un salón de belleza, alguien ofrecía servicios de diferentes tipos, y la lucha por reponer los medios de vida se veía desde las etapas más tempranas de la catástrofe.
Las amenazas son discontinuas pero el riesgo en la catástrofe permanecen. Sin tratar de ser retórico, pienso que cabría preguntarse si los terremotos del 2010 y del 2021 son dos desastres o son el mismo, que se camufla entre lo cotidiano y que reaparece con mayores o menores intensidades a lo largo del tiempo. Esta vez, la hora del terremoto “operó a favor”: con la cantidad de escuelas destruidas, si hubiese ocurrido con estudiantes en clase, el tamaño de la catástrofe sería inmensamente mayor.
Los desafíos de la memoria.
¿Dónde quedan los recuerdos de lo sufrido, la experiencia pequeñita o gigantesca de quien estuvo ahí y logró seguir? ¿Qué pasa con la memoria del dolor, de la rabia, de la ilusión misma que rapidito vuelve? En Haití, mi experiencia me ha llevado por una memoria capturada en las pinturas que pueblan las calles, en el cobre que se vuelve memoria tallada en las paredes, en la música que sube por las colinas en el “día De Dios” (le Jour de Dieu) o que se posa sobre la tierra labrada, como un manto de agradecimiento y deseo, al final de la jornada.
El terremoto de Haití vuelve a ser un recordatorio, un llamado de atención, a la vez que una demanda para la acción inmediata. No quiero redundar aquí con mensajes sobre lo urgente, y mucho menos apelar a prefiguraciones que dibujan un país solamente desde su debilidad, Haití tiene fuerza propia y con una ayuda solidaria y respetuosa saldrá adelante.
La llamada de atención, otra vez, es para mirarnos para dentro, para pensar en nuestras ciudades, en lo que hacemos o no para volverlas espacios seguros y resistentes, territorios de color y música, de vida que transcurre, como ella es, indescifrable y bella.
Bueno, me despido. Termino esta carta con mi cuarta taza de café, a las 8 de la mañana de este sábado tropical.
Rolo
Gracias Rolando por hacernos viajar contigo a través de tus relatos. Yo no conozco Haiti, pero ahora siento que ya no me es tan desconocido!
Hay algo que admiro mucho de sus relatos, el hecho de que cada palabra siempre nos permite ver su sensibilidad y su gran corazón. Gracias por este viaje lleno de reflexión!