El camino que siguen las estrellas
Cada historia que en un segundo es total y cósmica, y al asomarse al horizonte se vuelve insignificante.
Quiúbole, ¿cómo anda todo?
¿De qué tamaño realmente somos? ¿Cuándo será que nos llega la constatación de las escalas y la angustia de sabernos ínfimos o cósmicos?
Estoy en Grenoble, al pie de los Alpes. La ciudad está en el Valle del Isere y, al tornar la vista, se encuentra uno con unas impresionantes formaciones montañosas. Al fondo el Mont Blanc, no tan fácil de identificar. Sobre todo las formaciones atestiguan millones de años en los que las rocas danzaron, los mares fueron y vinieron y las calderas internas de la tierra se movilizaron para hacerse picos, cerros y hondonadas.
En una de las vistas que se tiene desde la ciudad, una montaña pareciera estar coronada por una capa generosa de crema de pastel. Crema petrificada que cayó encima, o fue levantada por el movimiento. Imaginar cómo esa corona llegó ahí arriba, qué tipo de fuerza y qué tipo de tiempo fue necesario para llegar a esa imagen aparentemente estática, aparentemente inmutable, lleva también a darse cuenta del tamaño que tenemos. Cada quien, con su individualidad, su familia, sus círculos y sus sueños; cada ciudad, con sus avenidas y plazas, cada historia que en un segundo es total y cósmica, y al asomarse al horizonte se vuelve insignificante.
A medida que va pasando el tiempo nos enfrentamos a esa sucesión elástica de tamaños y relevancias, que nos hace protagonistas, espectadores o simples piezas de un engranaje que ni siquiera somos capaces de comprender.
Cuando vi por primera vez una imagen de la Vía Láctea, no podía entender cómo era posible que estuviéramos ahí adentro y a la vez que fuésemos capaces de observarla de lejos. Como la serpiente que mira desconfiada el movimiento de su cola. O mejor, como la hormiga que se subió en la punta de su cola y mira de lejos la lengua bífida que saluda desde la inmensidad y el abismo que las separa.
Somos grandes, de pronto…
¿Cuántas veces nos sentimos monumentales, gigantes? Cuando metimos un gol, en algún partido glorioso y polvoriento, cuando terminamos la canción en karaoke frente al público incrédulo y desbocado, cada quien tiene su cuándo, y la grandeza una comparación.
Invito a pensar en ese momento, oculto y secreto para la gente más tímida, o vociferado para quienes no solo no se reprimen, sino que buscan el aplauso, las mieles de la admiración propia y de los demás. También en lo que hemos visto, a esa persona que con una actitud consecuente se pone por encima de todo y de todos, aunque nadie se dé cuenta, aunque no haya aplausos ni reconocimientos.
Micromegas, el gigante que escribió Voltaire, medía 38 kilómetros de alto. Su presencia sepultó por un tiempo las discusiones sobre la magnitud, la hegemonía. Pero él mismo ¿era tan grande? Más que un auto cuestionamiento de su propio y relativo tamaño, lo que a Micromegas más le sorprendió, después de dialogar con unos sabios terrestres, fue observar que los infinitamente pequeños tenían un orgullo infinitamente grande.
Y… el universo aplasta
Puede ser un desmoronamiento, o simplemente el reconocimiento de la inmensidad. Mirar un desierto desde arriba e imaginarse el único ser viviente en ese todo de arena y calor. Quizás es más común la relación que hacemos a nuestra pequeñez, a lo ínfimo que puede ser todo cuando nos enfrentamos al tamaño del tiempo, o a través del asombro que nos acompaña desde que el homo erectus, allá en África, inauguró el pensamiento humano y nos puso frente a la noche, las estrellas, el fuego y la cósmica complejidad de nuestros mismos cuerpos.
En la caldera de un volcán que quiere volver al mar
Subí una vez a la comunidad de Cha das Caldeiras, en la Isla de Fuego en Cabo Verde. Esta comunidad habita dentro de la caldera del Vulcão de Fogo. Cuando llegué pude ver el pico imponente del volcán activo. Como si fuera un animal que resoplaba, consciente de su poderío y de su conexión con la esencia misma del planeta. Observé las no tan viejas coladas de lava y el gran abismo que daba al mar.
Pensé en cómo ese cono algún día estuvo cubierto por el océano, y en la vitalidad orgánica de los continentes que se hunden o surgen, en una sucesión incansable e infinita. De esa profundidad salió y es a ella a quien le tributa lo que se mueve en sus entrañas.
Sin embargo, en un momento miré la extraña circularidad de la gran formación rocosa que tenía a mi espalda. Seguí la forma hacia las alturas y entonces me di cuenta. El cono nuevo, bellísima forma, y el cráter roto que ya antes había explotado, solo eran componentes pequeños de una formación mucho mayor. Todo en realidad, incluidos nosotros, estábamos dentro del volcán, y la formación que admiraba no era sino la pared interna del cráter en el que estaba metido. En segundos las proporciones cambiaron, y lo que era gigante e imponente adquirió una cierta infantilidad geológica.
El poema de Whitman que teje en los abismos de lo insignificante y la verdadera grandeza
Yo creo que una hoja de hierba no es menos que la diaria
trayectoria de las estrellas,
Y que la hormiga también es tan perfecta, y un grano de
arena, y el huevo del reyezuelo,
Y la reineta es una obra de arte comparada con lo más
grande,
Y la zarza trepadiza podría adornar los salones celestiales,
Y la menor articulación de mi mano menosprecia toda
mecánica,
Y la vaca que rumia con su cabeza gacha sobrepasa cualquier
estatua.
Y una sonrisa es un milagro suficiente como para conmover
a sextrillones de incrédulos.
Apariciones
Esta canción de Serrat me aproximó a la comprensión de lo grande, lo ínfimo y la belleza.
Compré este hermoso libro en Grenoble. Un recorrido geográfico y humano con ilustraciones impresionantes. Se trata de periplos, de recorridos. Imaginé la emoción de quien por primera vez, para su civilización, pintó contornos, ensenadas, corrientes; describió lenguajes y formas, observó ecosistemas milenarios.
Empecé este envío en el tren TGV entre París y Lyon. Iba camino a encontrarme con mi hijo, mi hija y mi nieta. Lo terminé en el aeropuerto, de regreso a casa.
¡Hasta la próxima!
El grano de arena es enorme desde la perspectiva del neutrón de uno de sus átomos. El planeta Tierra es un neutrón de átomo sistema solar, desde la perspectiva de la galaxia láctea. El tiempo y el espacio son relativos.