El Cisne Negro, Casandra y la manía de las predicciones
Si la tormenta se iba a desviar, ¿por qué evacuaron?; si el jefe iba renunciar ¿por qué no te esperaste?; ¿viste? te dije que no iba a pasar nada
Quiubo, ¿cómo anda todo? Me tardé mucho en publicar este envío. ¡Casi un mes! La verdad es que tenía muchos temas dando vueltas, incluso un par de borradores iniciados. La cosa cambió un día que mi viejo amigo Pedro Ferradas me invitó a tomar café a su casa en Lima. Espléndida atención y espléndida conversa. De ahí salió la idea de hablar sobre este tema. Veamos:
¿Será cierto que los seres humanos tenemos una manía o una costumbre primitiva pegada en la memoria, y pasamos por la vida pensando en lo peor que nos puede pasar, recreando ese fenómeno catastrófico que vivimos o del que nos hablaron, e imaginando cómo será cuando suceda?
Hay una fascinación con los eventos catastróficos, desde las cuevas allá en los albores lejanos y primitivos, hasta los días en que el cine se dedicó a vendernos eventos extremos que le dan solidez al miedo y despiertan, aunque sea por un rato, las alarmas de quienes no creen o niegan. Hasta el calendario maya fue útil para crear una imagen apocalíptica, de Armageddon.
Siempre recuerdo un comentario que alguien hacía hace muchos años. Decía que somos expertos en “predecir el pasado”. Justamente, esta preocupación o fascinación atávica de lo peor que puede pasar, no necesariamente implica que la experiencia vivida, lo escuchado o visto generen de por sí una actitud preventiva. Lo que está claro es que puede crear una concentración mental y espiritual en un único suceso específico. Aquí unos ejemplos:
Desde hace décadas, en California se habla y avisa la llegada del “Big One”, el gigantesco terremoto que vendrá desde lo profundo de la también famosa falla de San Andrés. En una de las primeras películas de Superman, el malvado Lex Luthor activa esta falla y genera el “devastador” sismo que termina separando un pedazo del continente.
Había mucha información, panfletos que decían “¿Sabía usted que habrá un gran terremoto en California?
De chico me moría de miedo por la profecía del año dos mil. Se decía que en la Biblia había una sentencia pavorosa: “A mil llegarás, pero no a dos mil”. Muchas veces yo calculaba la edad que iba a tener cuando llegara ese año terrible, donde todas las imágenes del apocalipsis se volverían realidad. Después leí en un hermoso libro que escribió Luis Racionero (Cercamón, o el país que no fue) cómo la llegada del año mil también estuvo llena de ese mismo terror que trasciende física y mentalmente a la sociedad. Europa vivió aterrorizada por el fin del mundo. Esta novela comienza en la noche terrible en que acababa el milenio. Un obispo daba misa en la Seu d’Urgell, en Cataluña: “De presagis funestos i maravellosos no n’han faltat… (hasta ahora solo tengo una versión en catalán). Es sobrecogedor el tañir de las últimas campanas que parecían poner punto final a aquel presagio. Solo que en realidad reiniciaron la cuenta para el próximo milenio.
Michel Moore, en su película Bowling for Columbine, muestra cómo la sociedad estadounidense ha sido bombardeada permanentemente por el fantasma de las catástrofes, las epidemias, los meteoritos, las abejas asesinas, entre otros. En una vieja televisión se ve un mapa de Estados Unidos que poco a poco se va tiñendo de rojo hasta taparse por completo, con la invasión de las mortales abejas que venían del sur.
Lo curioso de todo esto es por qué, si vivimos con la obsesión de lo peor que nos puede pasar, casi nunca estamos realmente preparados para vivir, atravesar y reponernos de esos impactos. Siendo alguien que lleva más de cuarenta años trabajando en temas de prevención y riesgo, es doloroso aseverar esto. ¿Será, como dice Niall Fergusson, que quienes viven enfocados en el próximo desastre, la próxima crisis, se ven atrapados en el complejo de Casandra?: Son capaces de ver el futuro, o creen que pueden verlo, pero son incapaces de convencer de su visión a quienes les rodean.
Es interesante plantearse por qué son así las cosas, por qué si sabemos que viene el Fenómeno del Niño, porque va a venir o ya está; si sabemos que va a temblar o que en algún momento de nuestra vida habrá un acontecimiento extremadamente doloroso, cuando algo aparece pareciera la primera vez -claro que con algunas excepciones.
Esto me hace ir a la teoría del Cisne Negro. No pienso entrar aquí en una vaina teórica, ¡para eso hay otros espacios! sino hablar de las primeras impresiones.
El cisne negro
Taleb define el “Cisne Negro” como un evento altamente improbable que tiene un impacto masivo y, después de que ocurre, las personas racionalizan como si pudiera haberse predicho. La sociedad entonces se dedica, más que a analizar sus causas y aprender de ellas, a predecir ese impacto, pero de forma retrospectiva y no prospectiva. Nos hundimos en la historia, en lo que ya pasó, en la descripción detallada.
Según Taleb esta aproximación humana a lo acontecido se explica con lo que llama “El terceto de opacidad”:
La ilusión de comprender, o cómo todos pensamos que sabemos lo que pasa en un mundo que es más complicado (o aleatorio) de lo que creemos;
La distorsión retrospectiva, o cómo podemos evaluar las cosas sólo después del hecho, como si se reflejaran en un retrovisor (la historia parece más clara y organizada en los libros que en la realidad empírica); y
La valoración exagerada de la información factual y la desventaja de personas eruditas y con autoridad, en particular cuando crean categorías, cuando “platonifican”.
Del terceto me quiero quedar con el segundo: esa distorsión que nos da el espejo retrovisor. La forma en como adivinamos lo que viene en el periódico de ayer, las explicaciones que dicen que “era clarísimo” que esto iba a pasar, o la forma en que criticamos decisiones que no se tomaron cuando había una ventana milimétrica, pero que después aparece como obvio: si la tormenta se iba a desviar, ¿por qué evacuaron?; si el jefe iba renunciar ¿por qué no te esperaste?; ¿viste? te dije que no iba a pasar nada. Hoy, un montón de predictores del pasado llenan el WhatsApp y las redes sociales con comentarios sobre lo obvio que era todo, cuestionan las vacunas, las restricciones, “porque al fin no nos morimos tantos”. En una nueva ola antivacunas, hay gente calculando cuánta gente se hubiera muerto sin las restricciones durante la pandemia, cuántas opciones había en el minuto cinco o en el día doscientos.
Taleb también dice: Lo que resulta más inquietante es que todas estas creencias y versiones parecen ser lógicamente coherentes, sin visos de incongruencia alguna. Y ahí, claro que tenemos un problema. Un familiar cercano, cada vez que se habla de lo que puede pasar, de la salud de alguien, de la estación de lluvia o la sequía, o cualquiera otra posibilidad que suene mal, dice “no va a pasar nada”. Cuando hay un suceso, abundarán explicaciones supuestamente lógicas o la frase lapidaria de “fue porque Dios lo quiso”.
De lo global a lo individual: vivir con las predicciones
Según lo conversado aquí, vivir con las predicciones no pareciera ser el camino más certero, por lo menos no el más exitoso. Aquí quiero discrepar con el planteamiento del Cisne Negro, porque no creo que todo el mundo esté tan pendiente de la próxima catástrofe. Quizás aplica a ciertas culturas y ciertas experiencias o también a la clase social. Para muchas familias, sobrevivir es un asunto cotidiano, básico y no es necesario un cisne negro para entrar en condiciones catastróficas que cuestionan la sobrevivencia.
¿No es verdad que los acontecimientos catastróficos que suceden en la escala personal, sea o no un evento de dimensión global, se nos meten en el recuerdo de la piel y la memoria profunda? Ahí, dentro de uno, se quedan, dormitan y solo saltan cuando algo vuelve a pasar. Levantamos barreras psicológicas o físicas para no volver a mirar la cara horrible de la experiencia, de lo vivido que no nos gusta.
En esa otra cara de la moneda, el complejo de Casandra debería ser un recordatorio de que no lograremos cambiar mucho en nuestras vidas, si seguimos haciendo predicciones inservibles sobre el megaimpacto que llegará, y en esperarlo se nos va la vida.
No tengo una conclusión de cierre con este tema. Creo en la importancia y el poder de la memoria. También tengo claro que nuestro mismo cuerpo nos impulsa a salir de lo traumático, de la forma que sea, quizás por eso estamos viviendo no la resaca, sino la fiesta renovada post pandemia. También tengo claro desde hace décadas, que no tiene mucho sentido prepararse para un peligro, cuando estamos rodeados de fuentes abundantes y que sería imposible prepararse para cada una. De ahí que quizás, la adaptación (cambio después del gran impacto), las capacidad preventiva, la preparación y la resiliencia, siguen siendo el conjunto de acciones más efectivas. No importa la escala, puede ser en la vida del campo, a la espera de las lluvias, en la vida urbana o en la sociedad compleja y contradictoria.
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Me despido desde Panamá, en una mañana caliente y húmeda, matizada con café y dim sum.