El infinito más uno
El infinito, que todo lo puede, y la inmortalidad, ese estado puro de la soledad.
El teorema del mono infinito
Mi amiga y colega Sigrid recientemente publicó en Instagram el reel de un experto de la NASA que comentaba una de esas piezas de información que parecieran irrelevantes pero que incorporan un conocimiento que te impacta intelectual y emotivamente. El experto menciona que si se dejara a un mono con un teclado por un tiempo infinito podría escribir Hamlet y también dice que en toda la secuencia de los números de la entidad π (pi) se puede encontrar mi número de teléfono, el algoritmo de una fotografía y cualquier otra información que se pueda constituir en una secuencia numérica.
Al principio, la idea de que una obra maestra pueda ser escrita por casualidad es chocante y dan ganas de rechazarla ad-portas. ¡La casualidad nunca podrá sustituir o copiar la inspiración o la creatividad humana! Es obvio. Cómo se va recrear así nomás la conjunción de tiempo, historia, elementos vivenciales disparadores, o la percepción de la belleza. Después pensé que esa aseveración no es un tema de creatividad contra juegos numéricos, sino que lo potente está en el concepto de infinito.
Nunca había sentido de cerca esa noción de lo que no se acabará nunca, pero de verdad nunca. Pensar en un movimiento así genera vértigo y dolor de cabeza. Si hay algo a lo que estamos acostumbrados es a los límites, a las verjas y los cerrojos, a los cortes en la continuidad. Nuestra vida está llena de cercas, de alambre, de palabras o de imágenes con bordes que anuncian abismos y desbarrancaderos sin fin para quien ose cruzarlos. La línea del horizonte frente al mar es un final, aunque sea falso, donde el cielo y el agua se acaban a la vez que se rozan.
Pensando en el abismo sin fondo del número π, recuerdo la primera vez que alguien me dijo que entre el uno y el dos había una secuencia infinita de números. Ese día se acabó el lugar seguro que brindan los números naturales, esos que saltaban solamente de uno en uno. Si bien ya se había incorporado la terrible noticia de que nunca se acabaría esa cuenta, al menos la distancia entre un número y otro era suficientemente clara, confortable.
El teorema del mono que golpea el teclado, como un autómata infinito, también me hace pensar en otro de los temas que me ha fascinado siempre: la inmortalidad. Vaya un par de factores cósmicos: el infinito, que todo lo puede, y la inmortalidad, ese estado puro de la soledad. No hay infinito sin inmortalidad.
Entonces, que aparezca una frase o una pieza maestra entera es un asunto de paciencia y manejo del vértigo más que milenario. El infinito termina aboliendo la casualidad. La humanidad, creativa y caótica, es un asunto aparte.
Termino este momento de sorpresa con algunas cuestiones: ¿Qué podríamos encontrar si fuésemos inmortales observadores de la secuencia de teclas infinitas? ¿Cuál sería la frase que nos haría parar para observar con asombro? ¿Qué imagen o algoritmo en una porción del gigantesco número pi?. Me dan ganas de pensar:
El cuento que leí un día, sin autor, ni título ni fecha. Sé que cuando lo vea comenzar lo identificaré a través de las neblinas del tiempo y la secuencia inentendible y rabiosa.
La clave que encriptó los mensajes y escritos de un amigo que murió. Sabíamos de la genialidad y el amor que se quedaron enclaustrados para siempre.
La fotografía de mi tataranieta, cuando nazca. Metería mi mano entre los números para acariciarla y decirle que todo irá bien.
De lo infinito fugaz
Creo que todo el mundo ha imaginado o invocado infinitos. Infinitos de amor, de admiración, de ternura o de odio. ¿Cuántas veces enunciamos que ese amor no se acabaría jamás? ¿Cuántos momentos quisimos que siguieran estáticos, yendo y viniendo en su espacio pequeño y total? Quiero proponer algunas vividas o atestiguadas, e invito a poner sus infinitos breves también:
El sabor de la guayaba, en la frescura del verano en diciembre. Cruzando una pequeña quebrada transparente y espumosa. El sabor se quedó pegado por un minuto que no se debería haber acabado nunca.
La vista de una estrella fugaz. Cuántos años inconmensurables pasaron para que ese segundo se pudiese iluminar. Hermoso deseo de estirar la mano y agarrar la luz, eternamente.
La luz amarilla de un rayo cayendo a veinte metros. Impresión, terror y un segundo contemplativo de la belleza, luz, chispas y fuego. Tan breves que daban ganas de quedarse ahí, para presenciar la ignición, el momento en que la rama se desprende, la explosión del ecosistema de líquenes y animales pequeños que habitaban ahí, anónimos y eternos.
y claro, el momento inesperado del beso. Cada vez que sorprende, en el segundo en que se rompen al unísono todas las barreras. Ojalá durara para siempre.
Y bueno, cómo no ponerlo:
Apariciones
No es nuevo, pero conversando con mi amiga Abby salió el recuerdo de esta potente novela histórica de James Michener. La he leído tres veces y me sorprende la calidad literaria que se mantiene a lo largo de ese largo recuento histórico. Desde el devenir geológico y biogeográfico hasta el transcurso de la lucha liberadora de esclavos traídos de Angola, su transformación después de la abolición y del racismo.
En particular, me pareció interesentísimo la historia de las familias cuáqueras que apoyaron los escapes de la esclavitud.
Termino este Newsletter en el Caribe de Costa Rica. Me despido, con una querida amiga aquí al lado:
Que reflexiones más profundas, gracias por compartirlas con nosotros!!!