Esos puertos estelares donde la imaginación encontró su razón de ser
El cascarón vacío que se había quedado en pie, como atestiguando un mensaje que no es fácil de interpretar, porque es como un lamento, largo y continuo.
Quiubo, ¿cómo van? Aquí en Centroamérica ya comenzó la temporada de huracanes y promete ser intensa. Por lo pronto hay lluvias por toda parte y el tiempo demanda paciencia y café. Pensaba hablar sobre lluvias y huracanes, pero al final me salió un envío sobre librerías. Aquí vamos.
Hace varios meses vine a Panamá después de algunos años sin visitar y por primera vez en medio de la inmovilidad de la pandemia. Con mi colega Natalia llegamos a una misión de trabajo con el gobierno, pero yo aproveché para visitar a una querida amiga y poeta: Lucy Chau. Almorzamos con Lucy y todo fue reencuentro y puesta al día, remembranzas de los viejos años en Panamá. Luego me invitó a una lectura de poesía que haría un grupo de mujeres en la Librería Cultural. ¡La Librería Cultural! Increíble pensar que ha sobrevivido a este tiempo y sus avatares, pensé yo.
Recordé cuando recién llegaba a Panamá allá en 1993 y me puse a buscar librerías. Un día, de pura casualidad me encontré con la que quizás sería la mejor librería de la época: Argozy, cuyo librero era un viejo griego malencarado pero realmente erudito. ¿Será que todos los viejos libreros tienen que ser malencarados? Pues me viene a la memoria la librera de La Casa del Libro en la galería Panalpina de Turín, una señora mayor que siempre tenía una sonrisa y que envolvía con primor cada libro que vendía. Pero suave, ya hablaré de ella. La cuestión es que pasé muchas veces por Argozy y conseguía siempre buena literatura, hasta que un día el librero me regaló una linda versión de poesía de Kavafis, de quien había leído muy poco entonces.
En esa época había iniciado una búsqueda para completar la Biblioteca de Babel, aquella colección maravillosa de literatura fantástica que resultó de la complicidad entre Borges y Ricci. Yo compré las primeras publicaciones a un librero no tan malencarado, mi amigo Luigi Wong, para entonces cliente asiduo de mi bar en la ínclita Calle de la Amargura en Costa Rica. La vaina es que la colección se acabó muy rápido y yo quería conseguirla a toda costa, pero ya había quedado fuera de los circuitos de librería. Entonces comencé a buscar en las librerías de usados, vuelta a mis raíces. Estando en Panamá decidí irme a bucear en un lugar mítico del que había escuchado mucho: la calle Salsipuedes en el Panamá central, muy cerca del Barrio Chino.
Entre mis amigos de la época de colegio, las conversaciones de adolescentes hablaban de un lugar en Panamá donde podía pasar de todo. Las historias iban desde las grandes y poderosas brujerías que hombres y mujeres de Costa Rica iban a realizar, al amparo de las excursiones anuales para compras en las baratísimas tiendas de la central y la 5 de mayo. Hablaban también de las mujeres voluptuosas que subían y bajaban las veredas repletas de vendedores, clientes y otras categorías indefinidas. También alguien me contó que habían muchos puestos de venta de libros usados. Quizás había notado las horas que pasaba metido en aquella tienda de libros que parecía una isla enclavada entre las abundantes carnicerías con olor perenne a chicharrón, de la calle que bajaba hacia el Barrio el Carmen y Carit.
Pues me fui a Salsipuedes. Caminé largo rato por esa maravilla de la composición urbana de Panamá. En pocos metros estabas en un barrio, a la entrada del entonces ruinoso Casco Viejo, donde los restaurantes solo tenían el menú en Mandarín, colgaban patos listos para la olla y se comía de la mejor comida china en la ciudad, entre vapores de las calderas y bostezos soñolientos de transeúntes que bien podrían estar llegando o volviendo. De ahí entrabas a la boca de esa calle populosa, que después creí encontrar cuando anduve sumergido en el Merkato en Addis Abeba, llena de ruidos y fragmentos fantasmagóricos de vidas que se cruzaban como neblinas llevadas por la brisa suave del mar, que quedaba tan cerquita, y la oferta interminable de productos para cualquier necesidad. Eso, para cualquier necesidad. Busqué entre los puestos de libros, revistas, textos escolares, revistas pornográficas y manuales de todo tipo, pero no encontré nada de lo que andaba buscando. Para recuperar algo del tiempo perdido me metí en un establecimiento pequeñito de embrujos y sanación, algo así. Compré una estampita de María Lionza, más por la canción de Rubén Blades, que porque tuviera algún tipo de fe. Pero eso vendrá en otro news.
Caminé largo rato hasta que llegué casi al inicio de la vía España. Miré muchos de los hoteles y sitios emblemáticos de la peregrinación tica a las tierras panameñas: El gran hotel Soloy, el Machetazo, la Soda Coca Cola que tenía la desfachatez de llamarse así, y las gigantescas tiendas, todo en orden de aparición en la memoria, que nada tiene que ver con la cartografía de la ciudad. De pronto vi un rótulo, que ya en esa época parecía viejo: Librería Cultural Panameña. Entré, por supuesto y me sumergí entre los libros, había logrado encontrar una librería donde podía aparecer la literatura latinoamericana de la época, literatura panameña, universal, clásica. Y lo mejor de todo, escondido entre libros de ciencia ficción, el último de la Biblioteca de Babel. No el último de la colección, porque eso tardaría casi 15 años más en conseguirlo, pero sí el último en una librería, entre los estantes y el transcurrir de lo que se va y viene.
20 años después he vuelto a andar por las librerías de Panamá. Encontré la Librería Cultural intacta y de la librería Argosy no queda ni el recuerdo. En su lugar hay un bar de esos con pantallas para los deportes. Es triste pensar en lo que puede pasar con las librerías, esos sitios donde tantas veces depositamos la ansiedad, el asombro o la decepción, esos puertos estelares donde la imaginación encontró su razón de ser.
Me vino un recuerdo. En el mundo de redes sociales de hoy, hay esos temas que se vuelven tendencia, que se vuelven la verdad inapelable durante unos días y se pierden luego en el éter, en la dimensión cibernética, tan incomprensible como el mundo de muertos vivientes, aparecidos o reencarnaciones. La librería Lello, en Portugal, fue declarada “por todo internet” como la más bella del mundo. Y de verdad que se ve espectacular. Cuando vi la foto recordé algo. En algún otro lugar había visto una librería Lello. Y claro, fue en Angola. Posiblemente, en tiempos del dominio portugués, la hermosa librería portense había instalado su sucursal en ultramar. En 2017 pasé frente a la librería en Luanda, cerca de la avenida Marginal. Me dio tristeza mirar el cascarón vacío que se había quedado en pie, como atestiguando un mensaje que no es fácil de interpretar, porque es como un lamento, largo y continuo. ¿Será una queja, para todas las ciudades y culturas que no sabemos cuidar nuestros lugares, nuestra cultura?
En la vida pasé por muchas librerías, algunas en su esplendor total, otras misteriosas y otras en estados lamentables. Quiero recordar algunas:
En Antananarivo, Madagascar. Iba caminando para conocer la ciudad cuando encontré este lugar, lleno de puestitos de libros usados. Encontré joyas que todavía conservo, como una antología de poesía malgache y una colección de cuentos del océano Índico.
En Turín, Italia, un sitio para siempre regresar. En la galería Panalpina está esta librería, de la que hablé antes. La Casa del Libro se especializa en libros antiguos. Ahí encontré joyas, como la colección Blue del mismo Franco María Ricci, compinche de Borges en la Biblioteca de Babel.
Apariciones
Amar y revivir de Mary Shelley. Además de ese viaje por laberintos y límites que es Frankenstein, he leído cuentos fantásticos de Mary Shelley. Esta vez encontré una colección de cuentos donde vuelve al tema de la inmortalidad.
La muerte de un burócrata de Tomás Gutiérrez Alea. El otro día hablaba con Juli Correa, mi editora, y conversando sobre infinitos apareció esta película magistral del maestro Gutiérrez Alea. Imprescindible:
Me despido justamente desde la incipiente biblioteca en mi casa en Panamá. A la espera de que pronto lleguen mis libros.
Pura vida!