Hace 25 años... un huracán
Fue un sábado, el 24 de octubre de 1998. Todavía está fresco ese recuerdo. En pocas horas, la vida de cientos de miles de personas iba a cambiar. De hecho, miles iban a morir.
Yo estaba a cargo del CEPREDENAC, para entonces una muy desconocida entidad centroamericana. Estaba con un grupo de directores de instituciones regionales cuando nos avisaron, así más o menos:
⎯ ¡Miren esto! Hay un toro furioso frente a la costa de Honduras.
El Secretario Ejecutivo del CRRH, la entidad que integra los servicios hidrometeorológicos de Centroamérica, llegó angustiado, blandiendo en su mano una imagen de satélite impresa en papel de fax. Ese que a las pocas semanas se desteñía y casi desaparecía su contenido.
Bueno, es temporada de huracanes, dijo alguien. Sí, pero no hemos tenido uno así hace muchos años, está a punto de tocar tierra hondureña y es categoría 5 (el más fuerte).
⎯ Y ¿cómo se llama? preguntó alguien.
⎯ Es el huracán Mitch.
Nunca me hubiera podido imaginar cuánto ese nombre iba a quedar grabado en la vida centroamericana y en la mía personal.
⎯ Hay un grave problema. La oficina de meteorología tiene cortado el teléfono, por falta de pago. No pueden recibir los mensajes del sistema global, el sistema de fax no funciona.
Cuando sentís la vida de la gente en tus manos
Tomar decisiones. Un tema del que se habla, se escribe, se disputa. El derecho a decidir por las demás personas, que infla los egos, marea, intoxica o inspira. Siempre que me enfrenté a ese momento, tuve que visitar las raíces, las convicciones que a veces se alojan tan adentro que se nos pierden. No hay tiempo, nunca es suficiente y, en mi caso, uno se cuestiona qué hace ahí, sentado en esa silla, posicionado en ese lugar.
Saber que el huracán Mitch ya iba a entrar a tierra y que los sistemas de alerta en su mayoría no estaban funcionando fue un ahogo, una desesperación que fluía en el sudor de las manos, un desvelo. en esa época no había internet y estar incomunicado era realmente estar aislado. Motivamos una conversación entre presidentes y fue posible que se reactivara el servicio telefónico. Pero era tarde, muy tarde. ¿Cuánto habría cambiado sin el fax del sistema mundial de aviso hubiese llegado a tiempo? No lo sé. El huracán entró por las islas de la Bahía, arrasó Guanaja y entró hasta Tegucigalpa. Su influencia directa generó deslizamientos e inundaciones en toda la región, con Honduras y Nicaragua como los países más impactados.
Tomar decisiones. Alguien que no activó el sistema. Los minutos u horas perdidos. La exposición, el miedo a equivocarse. Puede suceder en la intimidad de uno mismo, rodeado de nada más que su soledad o su futuro. Puede pasar en espacios pequeños o grandes. La angustia y el cuestionamiento de lo hecho y de la omisión no se apagan nunca. Reaparecen a la vuelta de la esquina, en los recovecos de la vida.
Muchas veces, cuando escribía un Plan, una Estrategia o una ley, miraba la primera página, casi con devoción. Si bien ya era el tiempo de las computadoras, y el espacio en blanco era una pantalla, probablemente verde en las primeras veces, la sensación de que yo llenaría ese campo fértil con mis palabras, que no serían mías, sino de quienes pensaban, acordaban, disentían sobre lo que debía ser, me daba una especie de mareo. Decisiones en la oscuridad de una oficina, de un cuarto.
Aquí un recuerdo:
En 1998, por los mismos días del huracán Mitch, otro ciclón impactaba en la Hispaniola. Fui a Haití a apoyar a un gobierno recientemente formado, luego del primer golpe de estado al presidente Aristide. En Haití era todo nuevo, aún las instituciones viejas. Me pidieron que escribiera un Plan de Gestión de Riesgo. Recién se creaba una Dirección de Protección Civil que vino a sustituir a la entidad paramilitar que tenía el gobierno de Duvalier. Todo era motivante y las discusiones con la gente mostraban un convencimiento alto. Llegué a mi hotel, el Hotel Plaza en pleno Puerto Príncipe, frente al Champ de Mars, sitios que hoy son absolutamente prohibidos para visitar. Abrí un archivo de word, y escribí con mucha ceremonia Plan National de Gestion des Risques et des Catastrophes (plan nacional de gestión de riesgo y de desastres). Las palabras y el inmensísimo fondo blanco me llevaron por un país desconocido, por el rostro de la gente que sufría, huracán o no, con la vulnerabilidad de todos los días. Todo se sacudió ante la contundente realidad de tener a cargo, aunque fuese parcialmente, el destino de personas y comunidades.
Trabajé en Haití por más de 20 años, pero ese día, cuando sentí la fuerza de las decisiones en mis manos, aún lo llevo presente.
.
¿La furia del huracán? ¿Desde cuándo la naturaleza se antoja?
Aún hoy, 25 años después del huracán Mitch y sobre todo, meses, días después del último gran desastre, que viene con puntualidad todos los años, seguimos encontrando menciones a “La violencia de la naturaleza” “el viento implacable” “la lluvia furiosa”. Desalienta un poco pensar que después de tanto años de decir y decir que los desastres no son naturales, que la furia, la violencia y el carácter implacable está en nuestra misma sociedad y que se construye día a día sobre la base de las vulnerabilidades, de la irresponsabilidad, o de la simpleza brutal de la economía y no en fenómenos que son como son y no tienen intenciones o voluntad.
Algo muy trillado, pero por trillado cierto: las crisis dejan oportunidades
El paso del Huracán Mitch por Centroamérica, nos guste o no, es un hito en la historia de la región. Representa un punto de inflexión por razones que van más allá de si fue o no el desastre más grande, de si fue o no el que motivó cambios en los enfoques hacia el riesgo y demás. Desde entonces, cada cinco años, hay una conmemoración, el Mitch +5, el Mitch +10, y así. Como yo fui el Secretario Ejecutivo de CEPREDENAC en la época y tuve a mi cargo la coordinación de muchos procesos desde la respuesta a la reconstrucción, siempre me llaman, siempre participo. Siempre me quejo. Digo: ¡Hay que desmichificar Centroamérica! Pero siempre ha vuelto, durante 25 años. Creo que hay que reflexionar más allá de las emociones y del tiempo y quizás cambiar la óptica de los recuerdos.
De hecho, no habrá nunca más un huracán Mitch, no porque hayamos logrado eliminar el riesgo de desastres - ¡Ojalá! - sino porque el nombre de los huracanes altamente destructivos queda fuera de la lista, para siempre.
Pero quiero hablar de las oportunidades. Con el paso del Mitch y lo bueno y malo que dejó su circunstancia, más allá de los daños y pérdidas directas, se logró impulsar muchas cosas. Quizás, para nosotros en esa época lo más relevante fue la aprobación de una familia de instrumentos estratégicos y de planificación, donde por primera vez se admitía que las causas se centran en las vulnerabilidades. En 1999, un año después, fueron aprobados el plan de acción ambiental, el marco estratégico de gestión del riesgo y el plan de gestión del agua. Agendas que tuvieron mayores y menores éxitos, pero que definitivamente marcaron nuevas formas de asumir compromisos.
En CEPREDENAC logramos llevar adelante el primer Plan de Reducción de Riesgo de Desastres (PRRD), aquí la prueba fehaciente y algunos de los sospechosos. Evidentemente falta mucha gente en la foto.
Termino aquí mis reflexiones sobre el Huracán Mitch, una tragedia sobre la cual deberíamos seguir reflexionando.
Apariciones
Han sido días de mucha literatura. Pero quiero mencionar un par de libros que me han significado mucho:
El Club de los Optimistas Incorregibles de Jean Michel Genassia, regalo de mi amiga Masha Bogdanova. Este libro te lleva por un camino de nostalgia y sorpresa. Una intersección entre mastodontes históricos, como la consolidación de la Unión Soviética y la ruta de la disidencia, de las añoranzas contradictorias de libertad y justicia, la guerra de Argelia después de la primera y segunda guerras mundiales y la forma como eso marcó la vida de jóvenes de ambos lados del Mediterráneo. Historias tercas que se repiten y se repiten y nos hacen pensar en las nuestras propias.
Otro libro que apareció fue esta hermosa antología : Los amores en el tiempo del Sahara. Poesía morisca traducida del hassaniyya, dialecto de los beduinos.
Bueno, me despido desde un Panamá convulso. Hasta la próxima