La casa, el hogar, uno lo anda puesto en su cuerpo, su sentimiento y su vivir
Volví entonces a las acogedoras paredes de madera, al tránsito del aire que viene del oeste.
Quiubo, todo bien?
Pues aquí, un poco atrasado con el envío. Después de mucho pensarlo esto es lo que salió, veamos:
En créole de Haití la palabra casa (lakay) también se usa para hablar de lo que es propio. Lakay mwen significa “mi casa” y Kilti Lakay “nuestra cultura”. Me gusta esa expresión, porque habiendo vivido una vida de trotamundos siempre pensé que la casa, el hogar, uno lo anda puesto en su cuerpo, su sentimiento y su vivir. También porque creo que gran parte de lo que define lo propio circula alrededor de lo que uno considera hogar, nido, espacio seguro para estar y recuperar.
Hoy, de nuevo, me encuentro en un momento de cambio. Los años de la pandemia coincidieron y propiciaron varios movimientos, una multiplicidad de espacios. En febrero de 2019 me mudé a Perú, alquilé un apartamento y me instalé para vivir ahí, cerca de mi hija. Por la situación debí salir en el último vuelo de rescate hacia Costa Rica, con el alma en un hilo, porque dejé mi casa vacía, despoblada. Esa casa pequeña me protegió y ahí pasé un tiempo corto pero muy hermoso con Eva. Todos los días bajaba los doce pisos del edificio para mantenerme en forma, y ahí encontré una compañera. La casita del piso 6, de la que ya escribí.
Llegué de nuevo a Sabanilla, a un espacio de hogar que había sido mío antes. Mis hijas y mi hijo (Elena, Sofía y Gabriel) me impulsaron a hacerlo, para que pudiera pasar la cuarentena y el aislamiento en un sitio que me fuera familiar y pleno. Claudia, generosa, apoyó la idea.
Volví entonces a las acogedoras paredes de madera, al tránsito del aire que viene del oeste, a la luz invasora que chorrea naranja y rojo cuando viene el crepúsculo. La casa, llena de pájaros y plantas, llena de vida y movimiento. Un espacio tremendamente invitador. Jamás imaginé que pasaría dos años ahí, que el plazo de seguridad se extendería tanto, que lo temporal se volvería de alguna forma permanente. Y la casa se volvió a forrar de libros, de discos viejos y de literatura. La casa atestiguó proyectos hermosos como el lanzamiento de mi libro “Donde el tiempo espera”, la llegada de Juli, y la presencia frecuente de Natalia y de Constanza. Después el matrimonio de Sofi y las noticias que siguieron.
Debo decir que todo el proyecto de revisión, edición y publicación de “Donde el tiempo espera” sucedió ahí, con largas jornadas de revisión, de conversación amena y cómplice. Y vinieron más cosas, un intercambio epistolar que terminó en un proyecto de novela, una serie de conversaciones sobre África que buscan también su forma literaria.
Y con eso me voy, porque ahora cambio de casa, me voy a otro país.
Movilizaciones
He vivido en Canadá, en Panamá, en Holanda, en Nicaragua, Perú y en Guatemala. He pasado décadas prácticamente viviendo en Haití, Angola y Chile. Me cambié de casa, pero también me llevé mis casas al hombro, como el caracol. Hoy, casualmente, me muevo a Panamá de nuevo. Pienso entonces en el cambio, en la renovación, en los ciclos generosos que tienen la naturaleza y la sociedad, en la forma en cómo se ajustan y adaptan las familias y las personas. También en lo que se deja, lo que no se repone, lo que se rompe.
Hablando de lo que no se repone, cuando éramos muy niños perdimos nuestra casa. Desapareció, llevada por una quebrada rugiente que había sido atrapada por un relleno para poder usar el espacio y construir. Desde entonces fue notorio para mí cómo las decisiones conducen a desastres, más que la lluvia o los terremotos. El caso es que debajo de mi casa había un hueco pequeño que comenzó a crecer y crecer. Mis hermanos y yo jugábamos ahí y recuerdo que se escuchaban retumbos. Hasta que un día muy borroso tuvimos que salir y amanecimos en otra casa. De la casa en la baja del Poli no quedó nada, pero nada. Siempre que paso por ahí la recuerdo y pienso cuánto del hogar y de lo vivido se fue por ahí. Lo que sí sé es que quedaron risas, anécdotas de aquel tiempo pequeño y frecuentemente lluvioso. También pienso en los períodos de tiempo, en la forma como uno los mira mientras los vive.
En Nicaragua vivía en un apartamento pequeño de dos cuartos. Mucha gente pasó por ahí, de inquilina casual, por una visita, una misión de trabajo, un tránsito. En el verano de Managua, la casa hervía: paredes, puertas, patio y plantas. Había una matita de chile chiltepe, un picante pequeño y delicioso que se camufla entre la carne y te aparece de repente en el más intenso y jugoso de los bocados. La vaina es que apenas empezaban a ponerse rojitos llegaban los pájaros y se los comían. En esa casa mantuve una lucha imposible contra los zanates que venían del Parque el Carmen y me dejaban con las ganas del chile picante. En esa casa también, cuando caían los aguaceros repentinos de agosto, aparecían de la nada unas hormigas aladas. Tenían alas blancas y eran grandes, volaban hasta que las alas cristalinas caían al piso y lo cubrían como una alfombra.
La casa de Nicaragua la tuve que dejar cuando volví a Costa Rica. Tiempo después me volvieron a contratar con base en Managua, pero ya estaba alquilada. Deambulé y nunca pude encontrar un sitio que me acogiera de esa forma.
En Panamá viví en muchos sitios que me gustaron más y menos, pero que fueron siempre un buen refugio, un buen lugar donde crecimos mi familia y yo. En la primera casa, que en realidad era un apartamento, escribí mi primer libro de poesía “La garúa en la mirada”.
Creo que cada casa trajo literatura, muchos libros, muchas formas de pensar. Algunas cosas se convirtieron en políticas, artículos o cuentos que se quedaron gravitando en el tiempo. Un tiempo que ahora vuelve a cambiar, una literatura que también lo hace.
En pocas semanas estaré de nuevo viviendo en Panamá y me hago muchas preguntas sobre lo que vendrá. Pienso en la literatura, en lo que escribo desde hace tantos años y que aceleró en los últimos dos.
Llegaré a Panamá con la espalda todavía más llena, con menos cosas pero con más historias, más palabras. Llego con los ojos llenos después de muchas vueltas por el mundo, viajando entre lo mínimo y lo descomunal. Entendiendo lo que queda en el medio, tratando de buscar los pasos colgados entre los momentos de notoriedad, como si fueran hamacas muy tenues donde se fueron forjando.
APARICIONES
Hace muchos años, cuando vi la película colombiana “La estrategia del Caracol” también pensé en eso. Que uno puede andar con su casa encima, como el caracol.
Boleros de Pablo Milanés… y poesía de José Martí
Buscando entre mis discos de acetato, rescatando y consiguiendo nuevos, me encontré con este LP de Pablo Milanés cantando boleros.
Recordé, pero no lo tengo en LP, aquel álbum donde canta los poemas de José Martí. Después de haber leído los versos sencillos y los versos libres, escucharlos en la voz dulce de Pablo Milanés trajo una estética distinta, otra contemplación.
Este es uno de los poemas/canción que sigue llegando con admiración por la capacidad poética, la intensidad histórica y la redondés estética del juglar y su banda.
Amor De Ciudad Grande - Pablo Milanés - Versos Sencillos De Jose Marti 1973
La feria del libro de Sarchí!!
Ahí estaremos este domingo 24 de abril, una fecha tan significativa para Costa Rica. Pues a leer y comprar libros en Sarchí. Yo estaré con la Editorial Serpientes, con libros, lectura y conversación.
Me despido desde un avión de COPA. Cae la tarde y ya casi viene el celaje característico de la estación, de la despedida del verano. En la noche estaré en Panamá.
Bellas experiencias, me identifique mucho con que "uno puede andar con su casa encima, como el caracol", estaré esperando leer sobre las nuevas aventuras de vida que surgiran desde Panamá.