Me vuelve un enero caluroso de televisión en blanco y negro que comenzaba a emitir en la tarde
Poco a poco la vida va cambiando de ritmo y la niebla de la incertidumbre se va disipando.
Hola, ¿cómo van?
¡Feliz año 2022! Esperemos que sea un buen año. Siempre es bueno esperar cosas buenas. Poco a poco la vida va cambiando de ritmo y la niebla de la incertidumbre se va disipando. Eso no quiere decir que todo estará bien o que volveremos a lo que fue, porque lo que fue solo existe en los recuerdos, en la literatura y en sus consecuencias.
Las pintas del año
En Costa Rica, en el campo, se decía que los primeros doce días del año anunciarían cómo sería el mes correspondiente. Qué lluvia rara para el 10 de enero… claro, pinta octubre… ah, sí, eso es. Supongo que en otros países también era o es así. Una de las cosas lindas que tienen las costumbres locales es que juramos que solo se dan en nuestro pueblo pequeñito, recién salido de los páramos, del humus que fertiliza los suelos tropicales, o de las arenas calientes de algún desierto. Y después resulta que por allá en otro espacio juran lo mismo, con la misma efusividad, con la misma fe.
Propongo pensar “las pintas” del año no basados en el tiempo que hace o hará, sino recordando los meses por cómo fueron, por lo que dejaron marcado. Veamos lo que salió:
Enero: Enero en los 70 es recuerdo de potreros y pastizales grandes movidos por el viento. Llegaban los nortes en diciembre, soplando mensajes en la piel irisada de la niñez. Cuando aún no sabíamos que esas sensaciones simples y cristalinas un día se volverían nostalgia, tiempo de añoranza y recuerdo compartido.
Me vuelve un enero caluroso de televisión en blanco y negro que comenzaba a emitir en la tarde. Ese enero estuvo lleno de libros y revistas que caían rapidamente, sin discriminación. Me senté en un sillón a leer decenas de pequeñas novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Tenía un columna de leídas y otra de por leer, y sudaba el mediodía de sol, mirando apenas la multitud de árboles de guayaba que tenía frente a mí, al otro lado de la calle. Este enero, definitorio pintaba una vida de libros.
Esta foto la tomé el día que aterricé en Haití. Días de terremoto, devastación, dolor. La sensación de impotencia, después de años de estar anunciando lo que podía suceder, que había que prestarle atención y prepararse.
Aquí no hubo presagio sino su confirmación más rotunda.
Febrero: El mes elástico por definición. Al principio, la idea de que un mes podía tener más días me parecía increíble. Una anomalía en la más predecible de las sucesiones, la más exacta e invariable. De pronto, un día más se aparecía… ¿dónde andabas, día errante, día mochilero, tránsfuga del tiempo exacto, destructor de la armonía de los calendarios?
Febrero en el trópico de Cáncer anuncia colores de hojas rabiosas, el fucsia del Cortéz Negro, el rosado del Roble Sabana, el morado del Jacarandá que tapiza las calles de Buenos Aires en primavera y en el centro de América lo hace en febrero, los flamboyants o llamas del bosque que contrastan con el azul rotundo del cielo haitiano frente a la bahía… Los colores responden a la física y la química, pero el golpe que sacude las retinas, como un sismo lechoso que nos invade, viene de otro sitio: de una dimensión que combina nuestra emoción con la savia.
Marzo: En marzo de 2002 trabajaba en Guatemala el diseño de uno de los sistemas má d modernos para el manejo del riesgo. Se llamaba SINAMRED y con un grupo muy especial de amigas y amigos chapines habíamos hecho magia en las pizarras y en los mapas mentales. Dialogamos y convencimos, pero al final el sistema nunca sería aprobado.
Vendrían después muchos ensayos exitosos o no de diseñar políticas públicas basados en la teoría inspiradora, en la demanda de las personas y sus organizaciones. Pero esta experiencia de marzo 2002 se convirtió también en un aprendizaje, en una marca para poder entender mejor la realidad que queremos cambiar.
En este mes nacieron Elena y Eva.
En marzo de 1963 Joan Baez canta “We Shall Overcome” en la marcha por la paz en Washington.
Abril: Hay miles de canciones que hablan de abril: Abril en París, Como esperando abril, April come she will, Frisson d’avril, Abril de Malpaís, Abril 74 o el Concierto de Abril en Managua. Nunca entendí las razones poéticas de abril, pero me encanta la música y la poesía. De todas, destaco esta, que fue la primera, en el despertar adolescente a la poesía de Machado y a la música de Joan Manuel Serrat:
Especialmente en abril
La razón se indisciplina
Y como una serpentina
Se enmaraña por ahí
Mayo: En mayo de 2003 desembarqué en África por primera vez. Llegué a Madagascar en un vuelo de Air France. No recuerdo la hora, pero sí la sensación de poner mis pies en aquel continente que marcó mi vida. Y empecé por una isla, no solo estaba en África, sino en una de las formas geográficas más apasionantes, el pedazo de tierra circundado por el mar, aquel símbolo de soledad de presencia única flotando en la imaginación. También por primera vez metí mis pies en el océano Índico. Mayo de 2003 pintó un tejido de la vida.
Mayo del 2000, el Semanario Universidad anunciaba la muerte de uno de los proyectos más bellos que tuve al inicio de la juventud. Con tres amigos más fundamos la Villa, “el espacio cultural donde se bebe alcohol”, un bar que se volvió símbolo de una época y de un lugar.
Junio: En junio del 2010 me invitaron como profesor de un curso que se daría en los Países Africanos de Lengua Portuguesa (PALOP), con la OIT. Por mi experiencia trabajando en portugués, en la gestión del riesgo de desastres y en desarrollo local, mi hoy buen amigo Nuno de Castro me pidió que le apoyara en este proyecto que se abriría con un curso inicial en Mozambique. Llegué a Maputo en aquellos tiempos nuevos de libertad y paz. La otra orilla del océano Índico. Después de dos cursos en Mozambique, dos en Cabo Verde, uno en Brasil y otro en Timor Oriental, pasé a ser profesor en el Centro Internacional de Formación de la OIT en Turín, Italia.
Aquella invitación que propició Iñigo Barrena, y que trabajé con Nuno, pintó una línea hermosa en el patrón de la vida: la educación, la transculturalidad, el conocimiento de gente hermosa y comprometida en América Latina, el Caribe y África.
Agosto: En el 2007, por un contrato con la Cruz Roja Noruega y la Cruz Roja cubana, realicé una de las giras más significativas y transformadoras en todos mis años de experiencia en la gestión del riesgo y la asistencia humanitaria.
Con mis amigos Fidel Peña y Alexei Castro recorrimos la isla por entero, hicimos talleres con metodologías participativas pegando en las hojas del metaplan en troncos de árbol, en el chasis de un carro o en las columnas vivas de un rancho protector. Alexei bailó salsa y yo toqué las claves con un grupo de soneros en Santiago de Cuba.
Este viaje no fue una pinta ni un presagio, fue la confirmación del camino. La constatación de que la humanidad nos une, aplana las diferencias y permite encontrar la esencia de lo que somos. Entré en la Cruz Roja de Puriscal en 1978 y desde entonces, con las nuances posibles, anduve por el camino humanitario.
En agosto nació Gabriel.
Setiembre: Hace más de 20 años empecé a trabajar en Angola. Mucho he escrito sobre las experiencias en ese país en el que eché raíces. En Angola y con amistades que todavía duran, conocí y aprendí de la vida y de la cultura. Encontré puntos en común, pero también atestigüé la vida dura. En setiembre de 2017, como parte de mi trabajo con la protección civil de Angola estuve en la comunidad que se llama “Quem me ama sobe” (quien me ama sube). Escribí relatos y un poema, porque la vida en esta comunidad me impactó hasta lo más profundo.
En setiembre nació Sofía.
Octubre: Octubre es el mes de los huracanes y en 1998, siendo secretario ejecutivo del CEPREDENAC, enfrentamos uno de los desafíos mayores para la región centroamericana: el huracán Mitch. Este evento, sus precursores y sus consecuencias, me ha seguido evitando. Aún cuando han pasado tantos años, siempre alguien me pregunta por el Mitch, siempre escribo y recuerdo, y siempre insisto en que lo determinante no fueron la lluvia ni el viento, sino las condiciones sociales, económicas y ambientales.
En octubre del 2019 volví a andar entre las islas. Y otra vez, al igual que con el huracán Mitch, me encontré de frente con un gigante: el volcán de fuego en el archipiélago de Cabo Verde. He andado muchas veces entre volcanes, pero este en particular fue impactante puesto que las ciudades estaban dentro de la caldera, metidas en el cráter. En un momento, frente a ese paisaje desolador de lava todavía caliente, miré la línea del horizonte y de ahí fui subiendo, lentamente. Ahí estaba, el límite planetario, roto por la explosión, por la fuerza del magma y de todos los elementos que salieron de la cuna geológica.
Al año siguiente, el volcán de fuego volvió a explotar y lo visto y lo visitado fue engullido lentamente por la lava nueva que reptaba y absorbía los vestigios de la acción humana.
Noviembre: Puriscal, Zarcero, El mirador de la luna en Kwanzaa Norte, Lisboa, Moulin sur Mer en Haití, Cunene en Angola, Dili en Timor Oriental, Singapur, Campinas y Sao Paulo, en Brasil, Guatemala y Ecuador, Brasilia, Buenos Aires, Barbados, Trinidad y Tobago, Lilongwe y Salima en Malawi, Mandela Square en Sudáfrica, Mozambique, Antananarivo, Tunez, Benin, panama. Muchos noviembres en mis fotografías.
Pero el recuerdo que marca hoy, este mes de noviembre, es una perrita que llegó a morir a mi casa. Eva la llamó Uni y le dio mucho amor. Uni estaba tirada en el césped del patio y no se podía mover, ni siquiera podía comer. Llamamos un veterinario y algo logró recuperarse. Lo intentamos, pero Uni no vivió. Eva, de 5 o 6 años, lo entendió muy bien. Entendió que no hay que rendirse y que hay que darlo todo por la vida.
Diciembre: En Diciembre de 2018 estaba en Etiopía. Trabaja planes de preparación provincial y visite DireDawa y Gondar. Ya había ido antes a Etiopía, paseé por el Merkato, mirando el corazón del comercio de la región y había subido a los dominios de Haile Selassie y los rastafaris. Pero este viaje en diciembre me llevó al valle del Rift. He estado en varios lugares en África donde la deriva de los continentes divide, donde un día, dentro de millones de años no habrá tierra si no mar: En el lago de Malawi, en Djibouti, en la naciente del río Nilo. Pero esta vez pude entrar, sentir mis pies ahí, donde la corteza de la tierra se mueve y se resquebraja como la piel de las naranjas.
Ese diciembre fue de certidumbre, de entender que la vida nuestra es pequeñita y se mece como una brizna de paja, como un granulito de arena en un inmenso mar.
Bueno, no sé cómo salió este intento. Si alguien quiere compartir un recuerdo de un mes que le marcó, pues buena onda. Aquí queda mucho campo.
Me despido entonces del primer mes, que a saber qué pinta. Saludos desde una terraza en la no tan calurosa Lima donde termino mi tercer cafecito.
Me sentí identificada, me gusta ver hacia atrás para agradecer de dónde vengo y cómo fue que llegué adónde estoy. Me vinieron muchos meses y años a mi mente mientras leía. Enero 2009, fue el primer desastres de importantes magnitudes que recuerdo, Cinchona; años más tarde me di cuenta que ahí fue el primer albergue materno-infantil que se creó en una emergencia en nuestro pedacito de tierra. Pero acercándome más al presente, agosto 2019, nació Colectiva RIGEN como tal, y gracias a eso aquí seguimos. Gracias por llevarme una vez más de viaje. Un abrazo y feliz año también.