Quihúbole! Tiempo sin contactar por aquí.
Cuando la vida se va haciendo larga y la memoria se parece a un cajón de recuerdos apilados, ordenados involuntariamente, uno se tropieza con pedazos de momentos que no parecen coincidir ni siquiera con el caótico universo de ese almacén que llevamos puesto con la vida.
No me refiero al déjà vu, a esa sensación escalofriante de “esto ya lo viví”. Se trata de ese micro episodio, ese fragmento de escena o ese lugar familiar que surge rápidamente, cargado de emoción, piel erizada o incomodidad. Uno trata de atraparlo, como si fuera un globo que se escapa, pero no hay fronteras que conectar, ni pistas que lo relacionen con una historia contada. Sin embargo, está ahí.
¿A ustedes les pasa? Tener estos pedazos de recuerdo que no conectan con nada, que vuelven cada cierto tiempo, como viejos amigos de los cuales olvidamos el nombre.
Postales perdidas
Aquí están los más significativos retazos de mi recuerdo:
Un hotel al doblar por una curva se convierte en una sucesión de pisos de madera frente a un bosque, quizá tropical. Los espacios abiertos, como grandes balcones viejos, dan a una pendiente, un barranco o algo parecido. Casi están en el aire. Este recuerdo desconectado lo tengo hace más de treinta años. Solo logro encontrar un momento muy breve en el que entro a desayunar entre unas mesas redondas. Lo más cercano que he encontrado es un hotel en Caracas al que llegué tarde en la noche para salir después a Puerto La Cruz.
El final de una colina. El suelo está lleno de hojas, pero no logro ver en detalle si es humus de nuestras latitudes entre Cáncer y Capricornio, o si son hojas de arce y lanzas de pinos de la latitud del frío. En esta escena hay movimiento: por el suave promontorio de la colina bajan dos personas a caballo. Ahí termina el recuerdo. Pensé que era en Noruega las primeras veces, cuando aún no había salido del país. No sabía nada de Escandinavia ni de los montes de la Selva Negra.
Una ventana a la orilla del mar. Está oscuro, no hay luna, pero se ve una línea de luces pequeñas pero intensas. Las luces están muy cerca de la ventana, pero no es una claraboya de barco. Es quizá una casa en una playa donde el mar parece más alto que la línea de vista.
Escaleras que convergen en un cuarto de vidrio. Puede ser una pensión o una casa grande, un tanto señorial. Dos escaleras coinciden en un cuarto que parece una pecera, con vidrios en al menos tres paredes. Veo a una mujer bajando; entra, mira, reconoce. La imagen siempre se detiene ahí. Me viene a la mente San Salvador, más por intención que por una remembranza genuina.
Sobre la otra memoria
No hay un corolario aquí. No hay nada. Las imágenes siguen flotando y aparecen aleatoriamente a lo largo de la vida. Lo curioso es que no hay más. ¿Será por la percepción más consciente? ¿Por los intentos de explicar, conectar o levantar el velo que no puse yo?
También queda reflexionar sobre las razones de la memoria. ¿De qué sirve recordar? ¿Cuánto pueden retener un cuerpo y una mente de lo traumático, lo lúdico, lo fundamental? ¿Cuánto de las pequeñas piezas que conforman nuestra vida?
El autor Juan Gabriel Vásquez, que me recomendó Juli Correa, dice: “Nadie sabe por qué es necesario recordar nada, qué beneficios nos trae o qué posibles castigos, ni de qué manera puede cambiar lo vivido cuando lo recordamos…” Un tema y un libro del que hablaré en un próximo envío. Ahí queda.
Apariciones
Las cartas de Van Gogh a Theo. Una maravilla. Desde el inicio de esta colección de cartas se nota cómo en la vida de este gigante el color, la plástica y el movimiento —que no tiene que ser estático en una pintura— estaban presentes en su cabeza.
Solo quedaron las cáscaras, de Nicole Castillo. Este libro de cuentos de la escritora cartagenera está lleno de voces, memorias, lapsos y tropezones. Tiene una potente combinación de imágenes del entorno, que se siente en la narración de las cosas, pequeñas o grandes, que constituyen la vida de sus personajes.
¿A dónde van?, de Silvio Rodríguez. Punzante está canción de Silvio. También para pensar en la delgada línea del tiempo, en lo queda y lo que no.
¿A dónde van las palabras que no se quedaron?
¿A dónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón?
¿O se acurrucan, entre las hendijas, buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales
Cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
Bueno, nos vemos. Termino de escribir en mi nuevo entorno ¡en Washington! que comienza a ponerse muy frío.