Sonidos también traídos de una Europa nostálgica, del país que miraba y sigue mirando al mar con los ojos abiertos
Estos días he estado conectado con el portugués, con mis recuerdos africanos. En la publicación pasada hablé sobre Cesária Evora, cantante de los sones que parecen mar.
Quiubo, ¿todo bien?
Estos días he estado conectado con el portugués, con mis recuerdos africanos. En la publicación pasada hablé sobre Cesária Evora, cantante de los sones que parecen mar. Mornas que recuerdan el amanecer en África y el ritmo de antiguos pobladores que hoy son caboverdianos, o angolanos o incluso Mozambicanos. Gente que canta y suda los sonidos que traen puestos en su piel. Sonidos milenarios de una selva que nunca deja de ser primigenia y fundadora de la vida.
Sonidos también traídos de una Europa nostálgica, del país que miraba y sigue mirando al mar con los ojos abiertos, buscando sus explicaciones, soñando mundos. De aquel Portugal que se convirtió en aspiración marcada a hierro en la sangre de Lisboa, tierno recuerdo de quien fue alguna vez y de quien solo la pudo soñar, allá entre los plantíos de palmas infinitas o entre los edificios rosa de los barrios donde estuvo el gobernador y su corte en las tierras africanas conquistadas. Música de “Fado” traída de Portugal que se mezcló con todo lo verde y azul de aquellas tierras hechas de canto y baile.
Fados y mornas, parientes cercanos unidos por la saudade, por la lengua portuguesa y sus sentimientos lentos, filosos y rotundos.
Estoy escribiendo sobre África, sobre una relación que pasa ya los 20 años, desde el día vaporoso en que aterricé por primera vez en Antananarivo y que dio comienzo el asombro, desde altiplano hasta las planicies de la isla de Madagascar, pasando por tantas calles en Luanda, Maputo, Lilongwé, Cotonú o Kamapala. Del África colonizada por los portugueses, donde he pasado tantos años, donde viví la extrañeza, pero también la rotunda certeza de que aquí y allá nos parecemos.
Cuando caminé por la Cidade Alta en Luanda, sentí aquella sucesión de edificios rosados, de ese color tan particular siempre presente en las ciudades portuguesas. Pensé en la contradicción de aquellas construcciones bellas, de aquella ciudad semicircular, bordeando la bahía de Luanda, tranquilidad del Atlántico en reposo, y la historia colonial, brutal e imperdonable. Después, llegando a Mozambique, en la ciudad de Maputo, el antiguo Moçamedes colonial, o a la ciudad de Praia, en Cabo Verde, los sonidos y los colores coincidieron muchas veces.
Una noche, con mis amigos Nuno de Castro y Jose Manuel Pinotes, fuimos a dar al Quintal da Musica, en la ciudad de Praia. Una noche de vino caboverdiano, de la viñas encaramadas en el Volcán de Fuego, cashupa (un plato combinado de mariscos, carnes, alubias y maíz), y mornas, muchas mornas. La morna y el fado son parientes, es música que viene del alma, dicen, de la nostalgia, de la saudade.
Lura, cantando Mar Azul, en créole caboverdiano
Será que nos podemos aficionar a la música de la tristeza, al lamento gris y que se canta devagar, muito devagar (lentamente). Escuchando mornas y fados me di cuenta que sí, que también lo hacemos en América Latina, donde aparecen los tangos, los boleros y otras variaciones que nos llegan de los más profundo, por la combinación de las letras, a veces lastimeras, la música que reproduce latidos y alientos, y las voces que saben llegar hasta los tuétanos.
Amália Rodrigues "Canção Do Mar"
Lisboa en Fados, de Carlos Saura
En la película Fados se ve Lisboa, la vieja ciudad de luz, los bares donde se canta y se improvisa. Una "desgarrada" intensa. Chico Buarque canta, mirando al vacío, como si no estuviera, como si anduviese en uno de sus mundos indescifrables. Fabuloso verle cantándole a Portugal.
Lila Downs, desde México cantando fado - Foi na travessa da palha
En esta película no hay descanso, el ritmo inunda y no para. La música viene subiendo, como una ola donde se mezcla todo, desde la sensualidad de los bailarines que comparten sudor y movimiento, atrapados en un mundo de luz y formas indescifrables, hasta el sonido del mar que todo lo llena. Como en el São Vicente de Cesaria Evora, o la costa portuguesa donde cantan Mariza, Dulce Pontes o Amália Rodrigues.
Caminé varias veces por esa ciudad, por la piel musical que acontece y que conspira. Ciudad arrabalera, milongera, de caños hospitalarios para el que no pudo más con su pena. El ritmo urbano se mira en el espejo del tango y del flamenco. Lisboa se vuelve universal y Carlos Saura trae a Lila Downs - mexicana - a Lura - caboverdiana - a Chico Buarque, brasileño universal, y comienza uno a mirarse ahí, a sentirse dentro de la música.
La revolución de los claveles es para mí el cierre brutal y desgarrador de la película. Imposible contenerse a la energía de la juventud que sueña y canta. Al poder solidario que mueve hasta las piedras. A la imagen de Lisboa tomada por el amor, el deseo y la convicción colectiva. Y eso, a ritmo de fados, casi no se puede describir y hay que mirarlo con intensidad, a través de las lágrimas que transcurren con la cadencia lenta e irrefutable del fado.
Fado Tropical - Chico Buarque cierra la conexión África - América - Europa
Aquí está el documental completo. Ojalá tome un tiempo para ver esta joya de nostalgia, de convocatoria entre África, Europa y América Latina.
FADOS - CARLOS SAURA (1280x720)
Apariciones:
Esta vez se me apareció, casi saltó de la biblioteca Pepetela, ese gigantesco escritor angolado. Leí muchas cosas de él y me llena de mucha admiración su “Mayombe” una novela sobre la guerra civil angolana en la provincia de Kabinda, al norte.
Pero el libro que tengo entre las manos es “O desejo da Kianda - el deseo de Kianda”. La considero una novela universal que habla de la tremenda presión que se pone en los suelos de las ciudades en desarrollo, de la especulación inmobiliaria y del caos urbano, que produce cataclismos.
En el deseo de Kianda, los edificios en la ciudad de Luanda comienzan a caerse, sin explicación, sobre todo alrededor de la zona de Kinaxixi. Circulé muchas veces por esa zona, desde los tiempos en que era un barrio popular, sobrepoblado, luego cuando empezó a salir la población que había pasado ahí la guerra, refugiada entre sus escombros, hasta la nueva modernidad, elevada e supuestamente impoluta.
Y bueno… me despido desde Puriscal, nuevamente, con música nostálgica de Jairo y unos gallitos de flor de itabo. Aquí dejo una pequeña galería de imprescindibles:
Lura "Flor di nha esperanca"
Casa de Fados
Y bueno … Cesária
Hola Rolo, como siempre es un gusto leerte. Te acompaño entonces no con el gallito de flor de itabo pero sí escuchando la música tan bonita que nos compartes. Aprovecho para desearte un muy feliz cumpleaños aunque sea un poquitín atrasado. Jeann